Cuando el “No” da estructura. La violencia en y al niño

  

"Vi con mis propios ojos,  y observé bien a un párvulo presa de los celos, aún no podía hablar y no podía sin palidecer fijar su mirada en el espectáculo amargo de su hermano de leche."

  San Agustín, Confesiones, Cap VII, 11 



Agresividad: Desde un punto de vista clínico, en la primera infancia, es la actitud del sujeto que tiende  o apunta a fragmentar el cuerpo de sus semejantes, identificado con el suyo

 Fages, J.B., Para entender a Lacan, Amorrortu ed. 

Viene a decir que cuando el sujeto observa en el otro la completud que a él le falta manifiesta agresión en sus múltiples formas, desde romper una muñeca, golpearse la cabeza o lanzar objetos al causante de su descubrimiento.

Me gusta esta referencia agustiniana al niño, es natural, real, lejos de idealizaciones al mundo feliz y a la supuesta bondad implícita de la infancia. El niño es un filtro de la historia. No olvido al “infans”, niño sin palabra, ni el “niño demonio” del medioevo y menos “niño objeto” del postmodernismo, o al que trabaja explotado en minas..., pero hoy toca hablar de “His Majesty the Baby” es decir, del niño abandonado a su goce.

En pocos meses ha pasado de ser sujeto de agresiones a ser el agresor. ¿Qué ha propiciado tal cambio? Algunos ( no hay que ser muy avispado) lo predecíamos.  A mí  también me molestan los profetas.

Cualquier profesor nuevo en un aula observará que la primera acción de su alumno es la de calibrarle respecto a su autoridad. Si el alumno detecta poca o si el profesor se toma por ella, el fracaso será evidente. En este lance se juega casi todo el partido educativo. El profesor no es la autoridad, la representa. El padre no es la ley, la transmite. Algunas experiencias educativas como la conocida Escuela de Summerhill, paradigmas de la educación en libertad no dejaron resultados de sus educandos cuando llegaron a adultos.

Muchos vanguardistas que ahora claman al cielo, pregonaron mantener al niño en esa burbuja aséptica, lejos de influencias “traumatizantes”. De padres a amigos, de profesores a colegas. Surgieron las prácticas  psi “ psicopedagógicas, analizadoras, protectoras, con su insistencia “re-cuperadora” y junto con la escuela, acabaron asumiendo o siendo depositarias de lo que otrora correspondía a la familia. Alguien tenía que hacerlo. La modernidad ha invitado a los padres a salir del hogar: el consumo insiste en la necesidad de tener, para ello y por ello, el mercado tiene la exclusividad de la familia.

Manifestaba Victòria Camps  catedrática de ética  que “No hay demostración científica de que al hombre le fascine la violencia”. ¡Vale¡ Tampoco hay evidencia de que el ser humano busque la felicidad. Los hechos confirman lo contrario. Clínicamente sabemos de una violencia dirigida contra el propio sujeto: autorreproches, sentimientos, de culpa, severidad del superyó, suicidio, depresión, melancolía, anorexia…, patologías del acto.

La violencia no es accesible basándose en estudios científicos. La estadística sobre violencia sólo suministra datos. E. Fromm, comenta que en les pinturas rupestres no hay manifestaciones de violencia. Y agrega que: “tan solo el hombre puede ser destructivo más allá de la finalidad de defenderse o de obtener lo que necesita”. Hay argumentos lejanos a la estadística en otros campos:

Se sabe, la actitud agresiva de un grupo de elefantes jóvenes hacia los rinocerontes. Atacaban en grupo con ánimo de hacerles daño. Lo hacían contra animales de su tamaño. Tenían la particularidad de ser elefantes huérfanos acogidos en el seno de otras familias. Asusta la similitud con los humanos.

Los argumentos que centran la agresión en criterios de machismo contra el feminismo ven que existen nuevos argumentos. La violencia va más allá del sexo. Ahora son los hijos contra los padres incluso en familias bien establecidas afloran hijos violentos, descontrolados. Pero siempre bajo un denominador común: La permisividad. 

Hablamos del declive del padre, de la figura paterna, del transmisor de la ley generacional. La madre por igual se encuentra perdida en su intento de equilibrar sus funciones de mujer y de madre. En la lucha particular que mantienen ambos: el hombre que ha perdido su esencia histórica y la mujer que ya no se conforma (con razón) en su exclusivo papel de madre, están contribuyendo al desconcierto. Ellos han delegado a las instituciones el control del hijo. Éste ante la debilidad del sistema, al estar sin referencias, sin carteles indicadores, se deja guiar por un goce sin límites y tanto abofetea para grabarlo en el móvil, como quema a una indigente, o se violenta a golpes con los padres que se atreven a decir un “no” suave a sus pretensiones.

En la evacuación de niños durante los raids aéreos  (1939-1945), el gobierno británico les enviaba con el consentimiento de los padres hacia hogares sustitutos. Eran niños en edad escolar y preescolar, que eran recogidos por extraños, solteros, casados, enfermeros, profesores. Lo que se esperaba como fruto de esta protección se transformó en sujetos insaciables, destructivos con los juguetes, crueles con los animales, con los más débiles, interesados en los excrementos, se chupaban los dedos, se masturbaban, se interesaban por los otros cuerpos. Estos datos resultaron tan estremecedores que se guardaron de comunicarlos a la opinión pública, quedando como datos para los especialistas.

Lo que evidencia que el exceso de protección (y la ausencia de los padres, obviamente)  incluso en situaciones de extrema necesidad puede ser la causa del desencadenamiento de conductas agresivas contra el exterior y no olvidemos contra sí mismo. 

Los padres que dan mucho a sus hijos son frecuentemente los que menos  aman y los que no entienden que el “¡NO!” estructura, dando posibilidad, capacidad y contrariamente a lo que se piensa, pocas frustraciones. Es más perversa la indiferencia y el abandono, que la negativa en forma de “no rotundo” que informa al hijo del hecho de que hay limitaciones. La función paterna no se limita a satisfacer necesidades, a amar exclusivamente con regalos.

En cualquier caso no podemos olvidar la realidad de las frases iniciales de San Agustín o del propio Lacan al hablar de la agresividad. La profilaxis, la educación y la moral fracasan porque intentan cercenar la realidad psíquica. Los hijos piden, reclaman, nos gritan..., a veces de formas tan incomprensibles. Bien: ¿Quién empieza a decir “¡No!”?

 

 

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