Si es cierto que la anorexia va ganando terreno en la sociedad no podemos decir lo mismo de la respuesta que la clínica está dando para comprenderla. La campaña manipulada o no en contra de la moda y del culto al cuerpo, la indigente respuesta de la medicina provoca lo que era de esperar: la denuncia refuerza el discurso denunciado.
Si se puede interpretar de lo anterior que
hay quien tiene la solución, que la verdad tiene dueño que pueda acabar con el
problema, habrá fracasado la intención y el propósito del artículo. Todo lo
contrario, las patologías de final de siglo, como alguien se ha atrevido a
calificarlas, si bien en lo básico no han cambiado, nos interrogan a todos y
nos indican que hay que prestar más atención a la subjetividad de cada época.
Efectivamente de los conflictos relacionados otrora con las ideas, depresiones,
fobias, obsesiones... se está pasando a las patologías denominadas del acto,
del límite, donde las agresiones, los abusos sexuales, las drogas, acarician el
goce, y la anorexia por no ser menos,
juega en los bordes incluso de la muerte.
Estamos ante una manera particular de
enfermar, una respuesta específica a un conflicto personal, es el síntoma de
una estructura. Si a un edificio de nueva construcción, elegido y cuidado con
esmero y en el que hemos hipotecado nuestra vida le surge una grieta, nos
preocupa. Podemos taponarla con masa, enyesarla, pintarla y todo aparentará
normalidad. La causa la atribuiremos a la dilatación, al acuífero cercano, al
viento si quieren; pero no nos hemos preguntado qué es lo que ha fallado de la
estructura y cualquier intento de parchear será
vano en efectividad.
Puede ser que el arquitecto en su diseño y
distribución no ha ajustado como debiera las piezas y los materiales. Este es
el trabajo que nos corresponde como padres, como familiares más cercanos,
cuestionarnos por las causas últimas y no derivar culpabilidades a una sociedad
frívola que pone a la parca sobre las pasarelas.
Se
trata de pensar que previamente a la moda está la estructura propia del sujeto.
Es decir, no hay anorexia como síntoma si no hay una estructura histérica que
la acune y busque a través de la moda
una manera de denunciar un conflicto personal. Es decir que la histeria se
adapta a la moda; no entendida como pasarela o talla 36, sino como fenómeno
esperpéntico que llama la atención. Si invitamos o imponemos la 38 o 40,
buscarán otra manera de manifestarse, de buscar un lugar propio desde donde
hacer su denuncia. Denuncia a la que son ajenas ya que el síntoma es a la vez
externo e interno al sujeto; aquello que
le es lo más propio también le es lo más desconocido. Mientras tanto nosotros
ilusos, somos espectadores de su exhibición. O es que acaso no es gracias a la
inteligencia de la que hacen gala que nos hacen pasar por las horcas caudinas
de su terrible síntoma.
La anorexia no es reciente, existe como
síntoma descrito por Portio (1500), Morton (1694), Gull y Lasègue (1873) y estaremos de acuerdo
que los cánones que entonces imperaban no eran los actuales.
Hay en casi todos los casos una rivalidad
manifiesta en el seno familiar, que cuando se denuncia provoca la sorpresa,
incredulidad, cuando no las iras de los padres. Para apaciguar los ánimos es
necesario precisar que no fracasamos como personas, sino en nuestra función
paterna. Hemos de suponer a todos buena voluntad; a pesar de ello, ésta no
evita que de los deseos entre padres e hijos salten chispas en forma de
síntomas. Somos personajes de nuestra novela familiar y por tanto sujetos al
guión. Por qué no preguntarse quién lo redacta.
¿Por qué entonces elegir la anorexia?.
Porque se siente acorralada y dice no quiero nada de lo que me das y por ello
como nada y si lo hago será lejos de la mirada vigiante de los padres.
Con esta forma de suicidio no violento,
denuncian entre otras cosas que el más preciado bien de la persona, aunque
cueste reconocerlo, no es la felicidad. Esto por una parte y por otra, que
algunas manifestaciones del amor son una forma de tortura. Que no se las
atiborre con la papilla asfixiante diría Lacan, que se las permita una
posibilidad para mantenerse deseantes. Desear aunque sea desear nada, es una
manera de mantener vivo el propio deseo.
¿No quieres que sea perfecta?, pues imitaré el cuerpo perfecto. Ser
perfecta es morir como sujeto.
Las cosas no han cambiado tanto, a pesar de
que los clínicos afirman con nostalgia que para histéricas las de antes, las
místicas (Santa Teresa) ayunaban voluntariamente por motivos religiosos o como
goce en estado puro, Santa Liberta (Virgofortis) por negativa a contraer matrimonio con un
sarraceno impuesto por su madre, Santa Catalina de Siena era cebada por la
madre con la finalidad de conseguir un cuerpo atractivo para el matrimonio que
ella no deseaba; al igual la Princesa Margarita de Hungría. En la época
victoriana, Freud nos deja una abundante documentación de las histéricas y sus
síntomas en forma de parálisis, contracturas, cegueras: Anna O, Emmy von N,
Dora...,
De todos es sabido por qué la medicina
abandonó las histéricas a su suerte al
considerarlas, mentirosas, simuladoras, imitadoras, el Proteo, dios de las mil
caras. Como el pájaro tero que un sitio pega los gritos y en el otro ponen los
huevos.
Fue de esta indigencia médica de donde
nació el psicoanálisis. Si nada ha cambiado en la óptica de la clínica médica,
tampoco ha cambiado el rechazo de la histeria a todo lo que huela a saber y a
domesticación. Mantendrán su lucha particular aún a costa de la amenaza de la
caquexia, la huelga de hambre.
La unidad cuerpo mente continúa imposible
de diferenciarse, paradigma de lo cual es el mensaje del cuerpo en la anorexia
y a ello hemos de estar ojo avizor para no caer en el órdago a la grande que
nos propone el sujeto que la padece.
Es por eso que la terapia representa problemas;
ellas consideran que el especialista no deja de ser un aliado paterno que
ayudará en el control, en la domesticación con el imperativo del !traga!; cuestión peliaguda donde las haya
para el clínico que se transforma en cómplice. Y es justamente eso lo que se
las ofrece desde las instituciones.
Más allá los diagnósticos se disparan ante
la amenaza de un cuerpo delgado que condiciona tanto. Hoy en día cualquier
dieta dirigida conscientemente al mantenimiento estético corre el riesgo de ser
diagnosticada de anorexia. La histeria colectiva está servida y uno de sus
mecanismos inconscientes favoritos, la identificación, hace que donde aparece
una proliferen. En lugar de reconocer su propio deseo, prefieren proyectarse en
el de otros, lo incorporan, se confunden en él.
Ante tales síntomas no vale la ingenuidad
de los que piensan que la causa la propicia la moda, el culto al cuerpo.
Cualquier mujer sabe en qué punto es atractiva a la mirada. Pero no todas las
mujeres saben qué hay que hacer para ser mujer, ¿qué es una mujer?, hasta que
no lo sepa no quiero curvas, no quiero pechos, no quiero regla. Estamos ante el
universo oscuro de la sexualidad femenina.
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