MELANCOLIA: El
dolor de existir.
La experiencia con las formaciones del inconsciente se nutre en gran medida de las vivencias en forma de síntomas que aportan nuestros pacientes; ello la hace rica la clínica. Lo leído orienta, lo oído desde el diván sobrecoge.
Durero. |
¿Quién no se ha sorprendido reconociendo aquello que ya había encontrado en
algunas lecturas clínicas?. Pero, el saber transferencial no tiene nada que ver
con el libresco. Oír expresarse a la angustia, a la impotencia o a la
imposibilidad es hacer clínica. Por ello es esencial saber escuchar y no
escuchar desde el saber. Esa parte del síntoma que llamamos goce nos acerca a
la crudeza de lo Real.
Esta exégesis tiene su paradigma en el caso de la melancolía. Esa tristeza,
abatimiento extremo, que a veces asociamos con el término vulgar de depresión,
es fiel reflejo de la determinación del sujeto de fundirse con su pérdida,
hasta el extremo (así lo hemos leído) de hacerse partenaire de la
muerte.
Manifiesta Lacan que:
"No hay ser que exprese de una manera más patética el dolor de existir y el sufrimiento como el melancólico" .(1)
Pero cuando de la lectura se llega a la vivencia en la clínica del goce
melancólico uno se divide entre la persona que parece obligada a actuar para
evitar la muerte y el analista que sabe que cualquier intento de dar esperanzas
es abocar al sujeto al suicidio. Aporía con la que nos encontramos. El discurso
melancólico es evocador de esa figura retórica conocida por hipotiposis, "figura
de estilo que consiste en describir una escena de modo tan vivido, tan
enérgico, y tan bien observado que se ofrece ante los ojos como la presencia,
el relieve y los colores de la realidad". Por ello me decidí a
escribir sobre mi práctica y sus vicisitudes.
Como sucedió con la histeria, hoy la melancolía asiste a su olvido en los
manuales al uso. La denominada lipemanía (monomanía triste) de
Esquirol, fue bañada de romanticismo y asociada tanto a la poesía como a todas
las formas de locura. Esta muerte nosográfica reposa en la cripta del DSM-IV TR
dentro de una subcategoría de "depresión mayor". Sabemos que este fin
lo motiva una cierta relajación de la clínica psiquiátrica tradicional que ha
dado primacía al término depresión, a trastornos bipolares, a psicosis
cíclicas. Ciertamente, hay un éxito de los manuales prácticos que tienen como
referente la química en detrimento de la etiología dando por zanjado el dilema
exógeno-endógeno. El reinado de la estadística y su saber dejan de lado lo Real
del cuadro. Escribir sobre ella es un intento de abrir los ojos y poner en
aviso a los clínicos sobre los peligros del olvido de las referencias
estructurales.
Se nos presenta la melancolía como entidad, síntoma y síndrome. Como
entidad Freud la consideraba una neurosis narcisista, una depresión profunda de
la estructura, con anorexia y un desvestimiento narcisista producido por una
pérdida. Como síntoma es un afecto triste (Melancolía quiere decir pasión
triste, bilis negra), con los signos de depresión, es decir: lentificación
psicomotriz, humor disfórico, trastorno del sueño, disminución del apetito. Es
también considerada como un estado psíquico que está enlazada a la libido,
narcisismo, yo, objeto, pérdida, relacionada con la falta y la estructuración
del sujeto.
El interés de Freud por el tema ya surge en 1895, en el "Manuscrito
G". Allí quiere situarla y observa que no tiene el mismo mecanismo
fisiológico que atribuía a las neurosis actuales y psiconeurosis, (recordemos:
descarga insuficiente). No entraba en sus clasificaciones ni en las actuales ni
en las de transferencia. De él recogemos esta definición tan actual:
"La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo
profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la
pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la
disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones,
de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una
delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más inteligible cuando
reflexionamos que el duelo muestra también estos caracteres, a excepción de uno
sólo: la perturbación del amor propio" (2)
Como veremos, esta perturbación es esencial para separarla del duelo y
acceder a su comprensión. Se trata del problema de la identificación en la
melancolía y de la relación del sujeto con el Otro.
Más complicada de entender es esta otra de 1916 aparecida en "Síntesis
de la neurosis de trasferencia": "La melancolía es el efecto
del asesinato del padre mítico, odiado y amado".
Él, situaba la melancolía con la psicosis (Paranoia, Esquizofrenia y
Melancolía, PMD). En "Neurosis y Psicosis" 1924, la ubica
entre la psiconeurosis narcisistas de esta manera:
"Las neurosis de transferencia resultan de un conflicto entre el Yo
y el Ello, las psicosis de un conflicto entre el Yo y la realidad exterior, la
psiconeurosis de un conflicto entre el Yo y el Superyó".(3)
Antes de proseguir con la melancolía cabe hacer unas precisiones con
respecto a la depresión. La depresión no es concepto freudiano. Él habla de
duelo y melancolía. Lacan que situó la melancolía del lado de la psicosis, como
dolor del sujeto en estado puro, una de las pasiones del ser; dice con respecto
a la depresión, que no pertenece al campo de lo experiencial; no es así un
estado anímico, sino perteneciente a la psicología de las emociones:
"
Se califica por ejemplo a la tristeza de la depresión, cuando se le da el alma por soporte, o la tensión psicológica del filósofo Pierre Janet. Pero no es un estado del alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura" (4)
La depresión no hay que considerarla como un síntoma ni como estructura. Se
trata de una escisión del sujeto ante el deber del bien decir, es decir, de
proseguir su trabajo de duelo del goce imposible. Depresión y melancolía tienen
en común el afecto angustioso. Lacan primó la angustia separándola de las demás
emociones y haciendo de ella el principal afecto (estatuto de Real) presencia
de lo Real, como señal del peligro de la proximidad del Otro.
Aclarado esto, podemos seguir con un Freud que se pregunta lo que
cualquier clínico debería hacer ante la patología melancólica: ¿Qué fuerza
puede ser mayor en el sujeto que la lucha por la vida; por qué renuncia a la
misma, a su conservación, qué mueve al sujeto a tal desarraigo?
El mecanismo del duelo era más comprensible. El duelo normal "Truer",
era explicado afectiva y temporalmente por el trabajo de duelo "Trauerarbeit".
"El
duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una
abstracción equivalente; la patria, la libertad, el ideal, etc…" (5)
El duelo se origina por la
pérdida real de un objeto de amor, no por sus cualidades, sino por su función
de obturador de una falta. Lacan en el Seminario X "La Angustia",
dice que este objeto era un sostén de nuestra falta, un -j (significante de la castración imaginaria). Cuando falta la falta hay
angustia. Estas características del objeto propician que en el duelo se
empobrezca el mundo, nuestro mundo, porque algo que conformaba nuestro ideal se
ha marchado.
Más allá, el duelo tiene una característica esencial: El dolor inicial
buscará solución apremiado por la realidad que dejará de lado la ilusión y
buscará un sustituto que ocupe el lugar que había quedado vacío. Se distancia
así de los enlaces que le unían al objeto afectivamente (ideal). El proceso es
lento y penoso. Ni tuto, cito, jucunde.
Por el contrario, la melancolía es el duelo por una pérdida, donde lo que
se pierde no es el objeto, sino la libido misma, y por tanto se empobrece el
yo, derivando en una disminución del amor propio, autorreproches, acusaciones y
una espera delirante de castigo.
Tres premisas son claras en la melancolía: La pérdida de objeto, la
ambivalencia afectiva (reproches afectivos ante la muerte) y la regresión de la
libido al Yo. Cuando leemos ambivalencia afectiva, quiere decir conflicto de
ambivalencia de los nexos o lazos de amor anteriores a la pérdida. A veces
mucho amor encubre otro tanto de odio.
¿Qué se pierde así en la melancolía? Recordemos que en el duelo es un
objeto, mientras que en la melancolía sabe a quién ha perdido, pero no lo
que con él se ha perdido (6). Este algo se refiere a algo robado a la
conciencia, es decir que remite a la estructura, no como en el duelo que se
pierde un objeto de la realidad. Dice Freud que había un objeto elegido por el
sujeto, este objeto desengaña en las esperanzas en él depositadas. Pero en
lugar de digerir el hecho y sustituir el objeto, la libido queda enganchada al
Yo: "La sombra el objeto (su representación psíquica) cae sobre
el Yo". Se pierde el objeto pero con él, el yo pierde algo. Algo de la
identificación queda afectado.
Sobre el momento de eclosión melancólico hay divergencias. Se habla de que
la melancolía es una afección que no se enlaza a ningún desencadenante. Freud
comenta que aparece cuando el sujeto recibe una herida narcisista; es decir, un
desengaño que proviene del Otro amado. Sobre el particular quisiera indicar que
sí hay un momento como en otras patologías. Sabemos que el síntoma es
contingente en una estructura; basta la repetición de un hecho con
significación, la herida producida por un ser querido o que lo represente, así
como un síntoma familiar que se repite, un ligamen especial, una palabra...
para que el sujeto reaccione sintomáticamente al estar afectada la estructura.
En la cadena vivencial significante del sujeto falta un eslabón, si algo
procedente del exterior y de carácter afectivo moviliza ese punto de la cadena
se da las características para el estallido. Las características del Otro, son
significantes siempre que las valoremos desde el punto de vista de la función
que han ejercido sobre el sujeto, es decir, los dones, la función paterna. Es
por ello conveniente alejarse de cuestiones que den relevancia a factores
fenomenológicos por parte de los progenitores, como las cuestiones agresivas.
La estructura, como veremos está dañada, hay un agujero en lo simbólico, no
existe desprendimiento del objeto a. Estos son los antecedentes
estructurales. Si algo ocurre en la vida del sujeto que le haga plantearse su
lugar como sujeto (pérdida, muerte...) la melancolía está servida.
Efectivamente, analicen la vida del sujeto melancólico, su pasado viene marcado
por una supuesta vida normal, un trabajo, vida social sin estridencias, hasta
que un hecho especial ataca a la familia, no tiene por qué ser al sujeto del
síntoma. Al comentar el hecho determinante aparece un ser anterior, desconocido
para el propio sujeto: ligado a la historia familiar, no deseado como hijo,
abandonado en beneficio de otro ser, herido por una historia familiar que le
precede y que en sus intentos de escapar de la trama busca un parche en su
vida. Los nexos que le atan a sus progenitores a pesar del poco amor recibido
son terriblemente sólidos, sin posibilidad de escape y con una entrega en forma
de sacrificio: determinismo melancólico.
No podemos profundizar más en el tema sin recurrir a la cuestión de la
identificación. Sabemos (sin entrar en detalles), que para dar el paso del
autoerotismo a la elección de objeto, es necesaria la constitución del Yo del
sujeto, siguiendo estas pausas:
Autoerotismo à (Yo)à Narcicismo à Elección de objeto.
Para que exista identificación, previamente ha de haber una elección de
objeto. La identificación es posterior a dicha elección. Siguiendo el modelo
freudiano podemos hacer una división entre identificaciones primarias
narcisistas en la cual el sujeto se identifica con su modelo ideal desde el
narcisismo parental. Es lo que conocemos como Yo Ideal. La identificación
primaria es anterior a la investidura objetal y en lugar de promover el
desarrollo, lo coarta.
En las identificaciones primarias realistas, el vínculo de amor de objeto
se interioriza como modelo (ideal) y como objeto libidinal: no puede
diferenciar entre "ser" y "tener". Identificación y carga
se confunden. El objeto y él se confunden, no hay diferencias: lo que te pasa
me corresponde, aquello que cae sobre objeto me afecta a mí (transitivismo).
Esta elección narcisista funciona como soldadura, como
identificación total. Veremos que en la melancolía se pierde el objeto y el yo
por ser lo mismo.
Cualquier idea de un yo autónomo capaz de discernir entre él y el objeto
cae por su peso. El yo está taponado. Por ser elegido narcisísticamente, el
sujeto no puede aceptar la pérdida y quiere incorporarlo de modo canibalístico.
Es por ello que resta el yo como cementerio de los despojos identificatorios
amados y perdidos como dijera Oscar Massota y que nos traslada al: "Je
est un autre" de Rimbaud. El yo es un precipitado de identificaciones.
Es desde el exterior que se constituye bajo la primacía de lo imaginario. Esta
imagen que asume el yo (espejo) es el origen de todas las otras
identificaciones futuras que conocemos como Ideal del Yo.
Es en la identificación narcisista de la melancolía, donde se confunden Yo
Ideal e Ideal del Yo (sombra del objeto). Una enfermedad del Ideal del Yo. En
la melancolía hay una regresión al narcisismo. El sujeto se pierde en la
identificación. El yo consigo mismo enfrentado, destructivo, dividido y sabemos
que ante la atomización surge la agresividad que para no ser menos se dirige al
sujeto.
En el duelo el sujeto es más libre y capaz de sustituir objetos. En la
melancolía, ante la pérdida, el yo en lugar de retirar la libido y dejarla
libre, al buscar otro objeto, se retrotrae al yo y se identifica al objeto
perdido: identificación narcisista de objeto. Esto es lo que magistralmente
resume Freud con la frase "La sombra del objeto cae sobre el Yo".
La primera identificación es al padre, si falla, falla el ideal (así le
ocurre al padre del melancólico). Que falle el padre en su amor y su función no
evitará que el melancólico sea su más acérrimo defensor con un amor y una
entrega tan grande que delatan, como contrapartida, la misma intensidad de odio
como su venganza inconsciente.
Los ideales narcisistas constituyen el Yo Ideal, los ideales simbólicos el
Ideal del Yo. Así el Yo Ideal (parental y por ende filial) hará que el sujeto
aspire a lo que ellos desean narcisísticamente, llegar a ser lo que les faltó a
los padres. Si el Yo actual falla: persecución, destrucción. Como se ha
mencionado, también podemos observar una identificación a los padres crueles y
hostilidad hacia los mismos (RTN).
Efectivamente, el yo del sujeto y la parte introyectada que formaba parte
del sujeto son mezcla de amor y odio : " siempre que investigamos estos
casos queda confirmada tal hipótesis que nos da la clave del cuadro patológico,
haciéndonos reconocer que los reproches con los que el enfermo se abruma
corresponden en realidad a otra persona, a un objeto erótico, y han sido
vueltos contra el propio Yo" (7)
Es la parte introyectada del odio la que se vuelve contra el sujeto. El Yo
resta presa de su destitución. Sus recuerdos dentro del seno familiar carecen
de afecto, siempre hay un odio escotomizado que a veces logra significarse,
pero rápidamente aparecen actos encaminados a proteger, a ayudar, a cuidar
hasta extremos de samaritanos con una total entrega que siempre,
irremediablemente, consigue anularlos como sujetos deseantes. No tienen vida
privada, sólo su entrega como moneda para pagar la culpa.
Todo oscila en las frases del melancólico sobre su yo. Juega con las
comparaciones: nadie ha sufrido una vida más desgraciada, cualquier sujeto está
dotado de una inteligencia superior a él, los otros le miran por encima con
marcada indiferencia, ellos tienen aquello de lo que él carece, él no merece
nada, la envidia es compañera… pero siempre hay un resquicio por donde aflora
un: -¡ Usted cree que tengo alguna cualidad!. Es de estas apariciones
narcisistas demandantes de las que hemos de servirnos para dirigir la cura, al
no olvidar que la demanda es siempre demanda de amor. Pero, sigamos.
¿Por qué este destino tan funesto?. En la melancolía se ha instaurado la
ley y la vemos aparecer en forma de un superyó que tiraniza al yo hasta el
extremo de dejar su huella en forma de fracaso, de determinación, de culpa, de
destino, al cual el sujeto se aferra gozoso. Lo que me ocurre me lo merezco. Es
el único ideal. El odio cae sobre sí mismo (satisfacción sádica), goce del
superyó.
El superyó aparece en el seno del yo como norma; ley desde donde se va a
analizar y por tanto interpretar y valorar la realidad exterior e interior. La
raíz más conocida es aquella que se interpreta como vía edípica, heredero del
complejo de Edipo, diría Freud. Hay otra que es heredera del narcisismo parental,
preedípica, designada como Yo Ideal, como núcleo primitivo del Superyó y que
está formada por identificaciones primarias narcisistas que se imponen al Yo
realidad. Estas identificaciones son anteriores a cualquier carga de objeto (es
decir antes de las diferencias de los sexos), como se comentó líneas atrás.
Identificación es ser, carga de afecto es tener.
El niño se guía por el ideal narcisista (creencias, normas valores) de la
madre fálica, aún no está discriminado sexualmente. Si esta situación se perpetúa
(identificación primaria) no se pasa a una modalidad de relación objetal (carga
de objeto) y habrá una dependencia (enamoramiento narcisista). Nos referimos a
la necesidad de que nazca un deseo libre contrapuesto al goce mortificante.
El superyó se sitúa entre la ley y el goce. La ley no prohibe el deseo,
prohibe el goce. El yo del sujeto se identifica a la ley (superyó) y así
continúa deseando. Renunciar al goce y seguir deseando es aceptar la
castración. Pero, hay otro superyó alejado de la búsqueda del bien moral, que
se empecina en el goce absoluto superando cualquier barrera o límite al mismo:
Pulsión de muerte. Su origen debe remontar a algún tipo de traumatismo
primitivo sufrido por el yo en un momento de rechazo de una palabra simbólica y
que aparece como una figura feroz que generará una culpa como sentimiento
inconsciente que necesita la expiación en forma de castigo. Se buscan
obstinadamente culpas imaginarias sustitutas de la originaria. No es por ello
extraño que el o la melancólica se vea envuelto en tramas y enredos que generan
cierto grado de denuncia social, conflictos vecinales, amistades
problemáticas…, y que al final llevan al: -¡Todo me pasa a mí!. Determinismo
que denuncia que lo que se baraja en la culpa no es otra cosa que la tensión
entre el Yo y el superyó.
Repasando las citaciones lacanianas al superyó, encontramos:
- Es un
trozo de ley sin sentido, de carácter insensato y feroz (Seminario I).
- Un
imperativo que no tiene contenido, sólo: -"¡Tú debes…!.
- Imperativo
no comprendido por el propio sujeto, sin dialéctica. (Seminario III).
- Mandato a
gozar, sin condiciones. (Seminarios XVI y XX).
- Malestar
de la cultura que revela la gula del gozar. (Televisión, pág. 113).
- Boquete
abierto en lo imaginario por todo rechazo (forclusión) de los mandamientos
de la palabra. Una ley insensata, es ley y su destrucción. (9)
Pero, lo que queda de todo ello
es su crueldad: la crueldad del superyó derivada del narcisismo parental. Por
ello el síntoma melancólico tiene como característica el hecho de ser una
resistencia del Superyó, un Superyó que exige goce: El síntoma es metáfora, el sinthome
es goce.
Este superyó indica una derivación materna. Cabe preguntar qué fue el
sujeto para la madre. Posiblemente un objeto-cosa. Hay un esfuerzo melancólico
que se repite en frases: - ¿Cómo puedo…? - Necesito aprender a vivir,
pero no sé. -¿Qué soy, cómo podría ser?. Esfuerzos por satisfacer a
una madre que nunca formuló un deseo.
Hijos no deseados o hijos nacidos de una relación muda. Ella es, según
relatos, absorbente, sus mensajes atan a los sujetos a su lado. Un superyó que
chantajea con un ¡No me abandones! y que en cualquier momento dejará
solo al sujeto. Chantajes emocionales que imposibilitan la salvación del hijo.
¿Por qué la melancolía más que un dolor de existir es un aferramiento al
goce?. Es necesario ante tal interrogante despejar una incógnita que
denominamos a. Referirnos al objeto a es plantearse
cómo goza el cuerpo de un ser susceptible de inconsciente (ser que habla y es
hablado). El objeto a es esa respuesta = Lo Real. Ello nos lleva
a afirmar que gozar es ir más allá de la satisfacción. ¿Qué es el objeto?. No
es la cosa real (física) sino fantasmática en el sentido psíquico. No está
personificado, no es alguien, sino una cierta representación inconsciente que
llamamos goce. Este goce,
- No se
refiere a lo sensitivo del placer, por ello no se siente. Pregunten si no
por él al sujeto, les responderá que es ajeno.
- Por
consiguiente no es satisfacción o insatisfacción (términos con los que se
asocia el goce)
- Contrariamente
a la satisfacción que viene del exterior, el goce es reflexivo, es
autosuficiente, se basta y se sobra, hasta el extremo de confundir meta y
objeto, por ello decimos que es autoerótico.
- Lo
anterior le pone a resguardo de lo fenomenológico de la edad, enfermedad.
Necesita de un cuerpo, pero está fuera de él (gozar extra-cuerpo)
¿Cómo se presenta en la clínica?.
Al formar parte de lo Real decimos que es no significantizable, es decir, nunca
lo vemos aparecer en forma significante, sólo gracias al mecanismo
transferencial y en forma velada, es decir como represión (fantasma) o como
forclusión (alucinación o pasaje al acto). Ambas son las llamadas formaciones
del objeto a, es decir las diversas maneras a través de las
cuales el sujeto quiere recuperar el goce autoerótico. Es decir, la posibilidad
de que algo interno se haga visible. El sujeto tiene unas formas especiales de
gozar el cuerpo, es decir de que retorne el objeto:
- Objeto del
fantasma.
- Objeto
errático (alucinaciones, pasaje al acto, psicosomática).
- Objeto
imaginario (-j )
Decimos que la forclusión es una
de las formas de recuperar el objeto. Estamos ante un proceso de escisión del
yo "Spaltung" que no siempre tiene el mismo mecanismo. Así, en
el caso del fetichismo se ponen en juego las relaciones entre el yo y la
realidad. El yo renuncia al placer para dar paso a la realidad. Una parte del
yo niega esta realidad que es sufrimiento. Esto tiene como producto un desgarro
del Yo y la formación de dos reacciones contrapuestas: por un lado la negación
de la castración (fetiche), por el otro su salva su pene, defensa contra la
homosexualidad, contra la locura: Renegación.
En la neurosis, la represión hará que ciertas ideas se alejen de la
conciencia. El síntoma será el retorno de lo reprimido como conflicto entre el
Yo y el Ello.
En la psicosis hay una pérdida de la realidad, el yo es arrasado por el
ello, se reconstruye la realidad mediante el delirio y la alucinación. En la
melancolía hay conflicto entre el yo y el superyó. El yo se siente odiado y
repudiado por el superyó. En el yo está el objeto, permanece vivo, negación de
la muerte. El superyó quiere anularlo, matarlo. Idea delirante: el Yo no esta
muerto sino vivo en él.
En la forclusión el yo rechaza una parte de la realidad por intolerable,
esto significa un desgarro, una separación de esa realidad (metáfora del tejido
desgarrado). Esta representación reprimida y a la vez rechazada está vacía de
significación. Veamos qué quiere decir rechazo o vacío de significación: No se
trata de volver la espalda ni de evitar un significante, por el contrario, se
trata de que algo no ha pasado, no ha tenido posibilidad, no ha ocurrido. Pero
curiosamente, esto que no ha ocurrido nos retorna desde fuera; curiosa
paradoja.
Con una propiedad, que lo rechazado vuelve como alucinación. Conocemos la
célebre frase: "Lo rechazado en lo simbólico retorna en lo real".
El sujeto alucina esa separación, por tanto la alucinación no es otra cosa que
el retorno de lo reprimido. Y si está reprimido es que en otro tiempo era
nuestro. Por consecuencia, lo que se alucina no proviene del exterior, sino de
nuestro interior. Así, alucinación no es una percepción sin objeto, como algo
que nos viene de fuera (definición demasiado socorrida).
Sigamos; ¿Así, qué ha sido abolido?. Algo de la cadena de conexiones
significantes que enlazan S1 con S2.Consideremos el hecho
muy usual de afirmar que lo forcluido ha sido el Nombre-del-Padre, como
paradigma de la psicosis. No es el significante Nombre-del-Padre el rechazado,
el abolido, sino que su papel dentro de la cadena significante ha tenido un
fallo en su enlace de eslabón con eslabón significante. Por tanto, forclusión
es la paralización de una cadena.
Si el síntoma es el retorno de lo reprimido, en este caso, basta que
aparezca un significante del exterior que le provoque un mensaje dirigido a ese
vacío de conexión, como puede ser la aparición de Flechsing, en el caso
Schreber, la maternidad, la paternidad, una muerte, la intervención del
analista…, cualquier aviso puede desencadenar la psicosis. El hecho forclusivo
no es exclusivo de la psicosis. Encontramos fenómenos alucinatorios en las
neurosis. Lo cual nos lleva a afirmar que dentro de un mismo sujeto cabe
realidades constituidas por represión y por forclusión. En la melancolía lo
forcluido no retorna como alucinación o delirio, aparece como un superyó
tiránico.
Sigamos hacia las formas de encuentro con el objeto.
La alucinación es el ejemplo más claro de una realidad generada por
forclusión. Alucinar es que un sujeto deviene objeto. Asimilar sujeto a objeto
esto es gozar, fusionarse con el objeto, es una transformación inconsciente y
no vivida. No hay percepción sensual del objeto, sino que se hace objeto: Goza.
¿Cuál es el objeto?. Es una voz, una mirada, el pecho... El alucinado es la
voz, o la mirada, o la sensación y en ese momento, el sujeto desaparece, él no
tiene un goce, sino que lo es y desaparece. Retorna el objeto. ¿Quién goza
así?. Nadie, no hay sujeto.
Alucinación es positividad, no es percepción falsa de algo inexistente, es
una manera de personificar, de gozar. La alucinación negativa consiste en
alucinar una ausencia, detectar el vacío, el silencio, ¿la muerte?. Alucinar es
percepción del goce inconsciente. El goce de a se alcanza cuando
esa red significante se desarticula, al igual que los sentidos, las imágenes (10)
La forclusión modifica los significantes y se transforma en una manera de
gozar sensible. No hay realidad simbólica, surge otra realidad donde el gozar a
es percibido. En ella no hay significante, sino una relación agujereada entre S
y a. La acción la realiza otro. El goce retorna al sujeto como algo hecho por
otro. No es él quien lo hizo, sino que se goza con lo hecho. Conscientemente es
algo ajeno a él, inconscientemente satisface un deseo. Hamlet desea matar pero
recibe la noticia de que otro lo ha hecho. En los hermanos Karamazov, la acción
la realiza Smerdiakov.
Ellos no se satisfacen conscientemente con la muerte: no se identifica ni
al sujeto ni al verbo (acción) este significante está forcluído. Se identifica
con un objeto a que le viene de lejos. Es el retorno de lo real.
El fantasma más propio del neurótico es generado por la represión. También
hay una identificación con el objeto a, pero el sujeto no es
percibido o sentido. Las imágenes que cubren a son más
significantes, más imaginarias, más temporales, personajes, lapsus, se vive de
una manera más lógica, terrenal. Así, en resumen, en el fantasma hay imágenes y
significantes que las enlazan.
El sujeto mediante identificación reecuentra el a en el
fantasma. A menudo se toma como ejemplo el deseo parricida en Dostoievski. Este
tenía crisis que le hacían desmayarse. Según Freud eran ataques histéricos. Se
identifica al padre muerto: "Si quieres matar al padre, ahora eres tú
el padre muerto." Se trata de una identificación al objeto y al hecho
de matar como manera de recuperar el goce, S¨ a (forma represiva). Una gran diferencia respecto del pasaje al acto que es
una alucinación perceptible en el hecho suicida.
El goce es así siempre moritífero, en unos casos porque anula el deseo, en
el que nos ocupa, acaba con el individuo psíquico y físico. El sujeto necesita
del deseo para salvarse. Veamos su actuación.
Recordemos que en la relación (división) del sujeto con el Otro se genera
un cociente (A castrado) y un resto a. Éste, es el a
como Real, es la angustia.
La angustia está entre el deseo y
el goce, entre el desprendimiento del Otro que posibilita la vida y el goce
mortífero que significa lo contrario. Justo la equivalencia entre el duelo y la
melancolía. Sabemos por Freud que la angustia tiene que ver con algo que en
otro momento fue una fuente de placer. Lacan sitúa la angustia en la cercanía
del sujeto con el Otro (fuente de placer). Angustia que avisa como señal del
peligro del niño de acabar siendo objeto pasivo del goce del Otro.
Para un yo sano es básico que de ese Otro con mayúsculas (la madre en
origen) algo se desprenda, algo falte. Si la madre está en falta será deseante.
El yo necesita ser algo para alguien, ser la falta que le falta al Otro
(aspecto simbólico). Aquello que le falta tiene un nombre: objeto de deseo y a
la vez causa del deseo. Lo que falta en el Otro es a. La falta
funda el deseo, la pérdida supone que un objeto es el que verdaderamente
deseaba: a. Así, si al neurótico le hace desear, al melancólico
nunca le ha faltado, lo posee por el mismo acto de pérdida, por ello no desea.
El sujeto quiere evitar la castración del Otro y por ende la suya; para
ello se sitúa como objeto de la falta en A. ¿Qué ocurre en la melancolía?.
Pues, que el Otro es total, sin falta, en su relación con el sujeto no se
desprende a. No hay falta. Por tanto el sujeto sólo es objeto sin
deseo, es ob-jectado.
Así sabemos que el objeto a está habitualmente oculto detrás
de i(a) del narcisismo y el i(a) está ahí para que
el objeto a sea desconocido en su esencia. Esto es lo que el
melancólico necesita que pase a través de su propia imagen, atacándole incluso
para poder alcanzar ese objeto a (Dice Lacan en Seminario la
Angustia, clase 3, julio 63). Es lo que comentaba anteriormente de la
existencia de cierto narcisismo en el sujeto melancólico, narcisismo del que
hemos de estirar.
En el duelo se pierde la imagen de a i(a).
Recordemos que a está irremediablemente perdido, no tiene ni tuvo
existencia (real). Melancolía es identificarse a a. Como que no
hay a caído, no hay deseos (inhibición ideoafectiva). Uno era a
para el Otro (sin falta). La falta viene al faltar. En el discurso melancólico
aparece Otro sin resquicios. Difícilmente el sujeto melancólico narra o comenta
el deseo, el interés, la pasión de sus progenitores por algún tema o ideal (más
allá del alcohol o la muerte). Son sujetos sin demanda que los hijos puedan
colmar. Ellos se sitúan como ese objeto que les falta.
Cuando hablamos de inhibición afectiva nos referimos a la muerte del sujeto
deseante. Si lo normal es el empuje en busca del objeto que nos hace desear: el
fantasma S¨ a; en el
melancólico no puede buscar ese a, ya que no ha caído del Otro;
más allá, ese a que representa la falta del Otro es él mismo.
La melancolía está relacionada con la forclusión, se trata de un agujero en
lo simbólico, falta donde no aparece a. Por tanto hablamos de una
falla en la estructura del sujeto, donde el objeto a (objeto del
deseo y causa del deseo) del Otro no se desprende de él. El a se
transforma en los imperativos superyoicos que hace desaparecer al sujeto,
apareciendo un goce tiránico, se reclama el goce en forma de reproches y
castigo.
Veamos desde esta nueva perspectiva qué ocurre con algunos conceptos
necesarios de diferenciar. A saber: Duelo neurótico y neurosis melancolizadas.
El primero es un componente especial en algunas neurosis, es un
aferramiento del sujeto al luto permanente. El objeto funcionaba como Ideal del
Yo. La pérdida viene acompañada de ambivalencia afectiva. Dice Freud que la
pérdida de un ser querido genera una profunda ambivalencia (odio-amor). Amor al
identificarse a rasgos, valores del sujeto perdido y odio que se dirige a sí
mismo, pero que oculta el que tenía por el objeto (odio-enamoramiento). En el
duelo neurótico hay una identificación parcial, se toman rasgos parciales del
sujeto como si fueran propios; no así en la melancolía, donde la identificación
es global confundiendo yo y objeto. Punto esencial para un diagnóstico digno.
Como paradigma clínico tenemos el caso del pintor Bávaro Cristobal Haizmann
"Una neurosis demoníaca en el siglo XVII" 1922 [1923]. Sabemos
que Haizmann tiene una inhibición para pintar (era pintor en contra de los
deseos del padre). A la muerte de éste surge la inhibición, que no es otra cosa
que la obediencia a los deseos del padre a posteriori. Estos deseos se
manifiestan a través de un superyó tiránico que aparece como voz, le llena de
miedos y sobre todo, le impide pintar. Autorreproches dirigidos contra sí
obsesivamente. Busca una solución imaginaria haciendo un contrato con el
diablo, que no puede ser otro que el sustituto paterno. No hay metáfora
delirante, ya que apela al Otro para ser liberado.
Hay objeto (a) en el Otro y el sujeto es deseante. El (a), se ha constituido, es soporte del deseo en el fantasma S¨a. Identificación simbólica
Duelo neurótico. Neurosis melancolizadas
No acaba de perderse (a). No ha sido desprendido del Otro. Identificación imaginaria sobre el modelo del Yo Ideal.
Melancolía
No hay (a) en la estructura. El sujeto se identifica a (a) no especular. La identificación es real.
El objeto a en la melancolía no acaba de perderse y así
posibilitar que se identifique el sujeto al objeto. Duelo pérdida del objeto,
melancolía pérdida del sujeto. El melancólico más que sujeto, es a,
quiere reconocerse en el Otro como a, objeto causa de deseo del
Otro, situación que la acerca al masoquismo:
"La depresión melancólica sería el efecto clínico, sobre todo en
las mujeres, de ese reconocimiento imposible" (11)
Cabe después de este recorrido efectuar un diagnóstico diferencial para
buscar la distancia respecto de la psicosis. Sabemos que para que se
desencadene una psicosis (Schreber) algo, Nombre-del-Padre "Verworfen",
jamás advenido en el lugar del Otro, es llamado en oposición simbólica al
sujeto. Llega donde el sujeto no había estado nunca. Un padre real, en
oposición tercera en una relación a a. El significante de la
paternidad que no tenía y ahora llama y coloca al sujeto en posición simbólica,
o el encuentro con la maternidad en la mujer, encuentro con el objeto a.
En la psicosis hay ruptura de la cadena significante. El mecanismo de la
paranoia es la metáfora delirante como proceso restitutivo de la forclusión
"verwerfung" del Nombre-del-Padre. En la melancolía no está
rota pero no funciona, no hay delirio, el proceso de restitución se realiza a
través de la presencia de un superyó tiránico. No hay fenómenos imaginarios,
sólo pérdidas que lo anuncian. En la esquizofrenia es silencioso (conectado con
formaciones del inconsciente y formaciones del objeto a)
En la melancolía, este mecanismo de la forclusión, que no es el retorno de
lo real como en la paranoia, es el retorno "a lo real" pero
con una manifestación nueva: el suicidio como restitución. Freud lo denominó
"la alteración del sentimiento de sí" y no es otra cosa que la
suma de autorreproches y culpa con que se viste el melancólico como forma de
forclusión que le impide desear y le acerca al acto suicida.
Veamos cómo queda afectado el yo en las diferentes patologías:
En la paranoia hay megalomanía, mientras que en la melancolía hay
empobrecimiento del yo. Sabemos que la esquizofrenia es indiferente a lo
social, hay un desapego con el mundo exterior. El depresivo tiene, en relación
con el prójimo, una forma de queja y agresividad, habla del origen de su queja.
Por el contrario la melancólica sufre por ser desgraciada, rechazada. La
presencia de lo social se observa en sus desafortunadas relaciones que le
sirven de coartada determinista al todo me lo merezco. No niega la
realidad, aunque ésta no le interesa, la critica, la usa como aval de su
desgracia, para dar razón del todo está perdido, de su pulsión de muerte. Pero
no está fuera de lo simbólico de ser "nada para", no está con la
psicosis, sino cerca de las neurosis narcisistas. Es su relación con el Otro en
ese momento de la identificación narcisista la que está afectada.
Recordemos:
- Neurosis de transferencia
conflicto entre el yo y el ello.
- Neurosis narcisistas conflicto
entre el y el superyó.
- Psicosis entre el yo y la
realidad como mundo exterior.
En la melancolía tanto el sujeto
como el Otro han fracasado los dos a la vez porque también son uno. Por ello
encontramos una relación muy estrecha entre el melancólico y un progenitor,
algo así como una alianza. Curiosamente no era hijo deseado, pero entre la
falta de deseo en la madre y la de deseo en la hija, una y otra se ofrecen como
objeto. Lacan lo relaciona con el amor en tanto que el sujeto se anula
ante el objeto amado idealmente.
A menudo da la sensación de que se erigen en el "chivo expiatorio"
de una familia, como la persona que exonera la culpa del clan. Hay una cierta
relación genealógica, una especie de perpetuación de un rasgo propio familiar
en forma de repetición de una culpa. Por ello su discurso hace referencia a la
casa, al hogar como prolongación imaginaria del cuerpo; hace referencia a la
necesidad de refugiarse en las personas adultas como manera de equilibrarse.
Respecto de la dirección de la cura y sobre la base de lo comentado surge
el interrogante de ¿Por qué hay demanda de auxilio, si hay deseo de muerte, si
hay indiferencia hacia sí mismo?. Hay que ser precavidos ante la demanda, esta
a veces sólo encubre una coartada más de que sus relaciones (analíticas)
también están condenadas al fracaso. De ahí la posibilidad de abandono que
servirá como confirmación de sus repetidos fracasos. Hay un cierto histerismo
en su afán determinista.
Si decimos que no hay función fálica, no podemos dar soluciones imaginarias
y en la malancolía sabemos que lo imaginario de la muerte funciona como
solución a lo simbólico de la muerte. Algo si sabemos: Mantener la angustia en
la cura, es mejor que intentar eliminarla, no dar esperanzas en la melancolía
favorecerá el proceso. La esperanza, dice Lacan, lleva al suicidio.
Abraham proponía tratar a partir de cierta mejoría en el acceso, pero, no
podemos caer en la confusión de la neurotización fóbica u obsesiva.
En el duelo y en las neurosis melancolizadas, el análisis debería
reinstalar la falta, es decir: Ha habido una falla del ideal y el sujeto resta
presa del deseo del Otro. El objeto que se ha perdido se correspondía con el yo
ideal (no era parcial la identificación, sino total). ¿Podemos hacer posible la
transformación del Yo ideal en Ideal del Yo [I(A)] ?. Esto favorecería expulsar
el odio hacia fuera; tarea difícil motivada por el gran grado de culpabilidad,
grado que cultivan diariamente en sus relaciones, en sus contactos. Siempre
empeñadas en ocupar el lugar de desecho, lugar del muerto; de hecho aparecen
muertos en sus vidas.
Difícil, en tanto y cuando el narcisismo está instalado como resto. Morir
es producir una falta en la madre, morir es su única posibilidad de acto libre,
es su único contacto con el deseo. Por tanto esta agresividad interna responde
exclusivamente a una llamada, aunque para el exterior sea un pasaje al acto
terrible. Es así que Yo Ideal e Ideal del Yo, se superponen, i(a)
y el objeto a coinciden. Si colocamos de nuevo la falta
conseguiremos que aparezca el a en el campo del Otro distanciado
Ideal del Yo y Yo Ideal.
No hay ser que exprese de manera tan patética el dolor de existir, el deseo
de sufrimiento como el melancólico: de ahí su relación con la muerte. Si la
situación es tan trágica desde el punto de vista imaginario es debido al factor
muerte, pero éste es el deseo inmortal del melancólico, es su manera de
restituir lo simbólico, lo agujereado. Busca el suicidio, el paso al acto,
porque no encuentra la salida del paranoico con su metáfora delirante, tan sólo
encuentra un superyó que castiga.
El sujeto en su intento, de dirigirse al Otro no encuentra significantes,
sino el mismo acto su caída, su muerte, su color negro (bilis negra;
atrabilis). Resto caído "Nierderkommen", de ahí la ventana,
arrojarse, la muerte como simbólico, como acto logrado. El marco de la ventana
es el límite entre el teatro de la vida y la salida de escena. El encuentro con
el Otro, que no deja de ser la muerte como fracaso. Traición es la repetición
del fracaso, su imagen narcisista fracasa, no saben hablar de su imagen (no hay
espejo), detrás del espejo no hay nada. Identificación a la nada. ¿qué habrá
detrás de la ventana?.
"No es por nada que el sujeto melancólico tenga semejante
propensión, siempre cumplida con fulgurante y desconcertante rapidez, a tirarse
por la ventana" (12)
Cuando el melancólico echa algo de menos es porque le falta y si le falta
es porque estaba dentro de él o aún lo está. Posiblemente cuando descubre que
el encuentro es imposible, se lanza… a buscarlo. Suicidarse, el pasaje al acto,
lejos de la idea vulgar, es una forma de liberarse del objeto.
La muerte a veces viene representada en su propio abandono. La vigilia es
dolorosa, de ahí el recurso del dormir, ser algo desde el sueño que le acerca
al goce del Otro. Dormir, ser para el otro en el sueño, despertar es la muerte.
Morir, dormir como inmortalidad, como forma de restituir lo simbólico
agujereado. Si en la anorexia hay un deseo de no comer ( y así se mantiene vivo
un deseo), el suicidio melancólico, por el contrario del histérico, es un acto
logrado por una parte, por la otra es una acto fallido ya que el hecho no le
devolverá lo perdido. Cabe precisar que el suicidio puede ir más allá del
acierto o el fracaso, puede ser un acto de indiferencia. El significante muerte
es uno de los Nombres-del-Padre.
¿A quién mata el melancólico, de quién se libera?. No se suicida él, sino
que está asesinando al objeto amoroso que le ha abandonado. El niño no abandona
los lazos que le unen a sus padres, pierde algo de su yo y lo transforma en
superyó.
Notas:
(1) Lacan, J.,
"Kant con Sade", 1963, En Escritos II, siglo XXI Editores. 3ª
edición 1978, pág. 349)
(2) Freud S, Duelo y
Melancolía 1917, O.C. Tomo II p.2090-1
(3) Freud, Neurosis y psicosis
1924, O.C. Tomo III, pág. 2744.
(4) Lacan,J., Psicoanálisis,
Radiofonía y Televisión (1970). Ed. Anagrama. Barcelona, 1977, pág. 107)
(5) Freud, S., Duelo y
melancolía, 1.915 [1917], en O.C., Tomo II, pág., 2091.
(6) Freud, S., Duelo y
Melancolía, o. c. pág. 2092
(7) Freud, S., Duelo y
Melancolía, o. c. pág. 2094.
(8) Sobe el Superyó, citas
tomadas de los seminarios:
Lacan, J., "Los escritos
técnicos de Freud", Seminario I, Paidós
Lacan, J., "Las
psicosis", Seminario III, inédito
Lacan, J., "De una otro al
Otro", Seminario XVI, Paidós
Lacan, J., "Encore", Seminario
XX, Paidós
(9) Lacan, J. Escritos I,
México, Siglo XXI, 1975, pág. 346
(10) Nasio, J.D., Los ojos de
Laura. El concepto de objeto en la teoría de J. Lacan, Amorrortu editores.
(11) Lacan, J., "La
Angustia" Seminario X, Clase 3 de julio del 1963, inédito.
(12) Ibidem
No hay comentarios:
Publicar un comentario