En ocasiones considero una frívola osadía tratar ciertos temas, porque entre la realidad y lo escrito hay una enorme distancia, especialmente cuando una familia vive bajo la crudeza del imperio feroz de la droga. Vertemos ríos de tinta en artículos y en campañas publicitarias, a veces aun sospechando que la batalla, no la guerra, está perdida. La cocaína invita, con ese tono de voz llamativo a llenar ese espacio yermo que habita en el ser humano.
Sencillamente ha caminado muy cerca, siempre dispuesta a ofrecernos salidas existenciales por desfiladeros más que por caminos hechos al andar. Unos son los datos objetivos, otros la subjetividad de quien sufre la droga. Como siempre escribo, lejos del consejo pretendiendo la reflexión.
Historia
Sabemos de la cocaína a través de documentos de la conquista de América. En Perú era usada en las ceremonias religiosas, muy apreciada por sus efectos vigorizantes y alucinantes. Consumida a veces como recurso inspirador del pensador, del poeta..., hoy día la vemos controlando con sus efectos a muchas generaciones de jóvenes. El primer artículo sobre el tema fue realizado por Freud, hacia 1884 (Uber Coca) Se interesó por la cocaína buscando el dinero y la reputación. Era administrada por un cirujano militar alemán para incrementar la resistencia física de sus hombres. Freud tenía intención de servirse de ella para aliviar los trastornos cardiacos y el agotamiento nervioso que producía la morfina en su compañero Erns von Fleichl-Marxow quien sufría una infección que era tratada con este anestésico. Su amigo acabó tomando grandes dosis volviéndose cocainómano. El psicoanalista habló con su colega Königstein, oftalmólogo, sobre sus propiedades calmantes y estimulantes. Otro investigador, Koller aprovechó un descuido de Freud y fue quien se llevó los laureles en cuanto su aplicación como anestésico local en operaciones de la vista (anestesia de córnea), garganta y oídos. Freud la usó contra el agotamiento, para estimular su trabajo, invitando incluso a su amada Martha Bernays a tomarla para acercarse a ese sentimiento oceánico que prometía el producto. Luego reconocería su error. El tercer azote de la humanidad diría un médico alemán después del alcohol y la morfina.
La droga
Desde la antigüedad se obtiene de la planta “Eritroxilon”. Se presenta bajo dos formas químicas: El clorhidrato de sal y los cristales de cocaína (freebase). La primera se disuelve en agua y se administra vía intravenosa o intranasal. El “freebase”, conocido como Crack, por su sonido crujiente, es susceptible de ser fumado. Es el polvo que conocemos por coke o coca, snow (nieve), flake (copo), blow (golpe). Apelativos cariñosos para viajes dolorosos cuando no mortales efecto de su adulteración.
Síntomas
Cercanos a la felicidad, a la superación de conflictos, a la desinhibición. Así, su consumo produce una rápida euforia al estimular las zonas cerebrales manifestando a corto plazo sentimientos de alegría, fluidez discursiva, alerta especial en los sentidos, disminuyendo el deseo de comer y la necesidad de dormir. Sus efectos fisiológicos detectables en la contracción de vasos, dilatación pupilar, aumento de la temperatura corporal y del ritmo cardíaco. Si las dosis son elevadas, el comportamiento será extravagante, errático, violento, incluso paranoico. En cualquier caso su poder reside en que es extremadamente adictiva impidiendo predecir el control del sujeto sobre ella en cuanto al consumo. Una felicidad a la carta sin haber visto la factura.
La adición
Si bien cabría diferenciar
adición de consumo, parece quedar fijado que se trata de una más de las vías
fáciles de conseguir placer por vía química. Decía Freud que en la búsqueda de
la felicidad y como intento de evitar el sufrimiento, la persona se agarra a
tres soportes para poder vivir:
– Algo
que le distraiga.
– Una
satisfacción sustitutiva (arte, la ciencia...,)
– Los narcóticos.
Estos últimos pretenden ser
atenuantes del dolor de existir, de la angustia, de las amenazas del mundo
exterior, de las relaciones con otros. No en vano a algunas bebidas se les
llama quitapenas y a consumir se denomina “viaje”. Como en el
amor se busca la pareja ideal y se viven tantos desencuentros. Pues bien, algo
similar ocurre con el alcohol y las drogas, en ellos buscamos esa armonía, pero
en un craso error insistimos en buscar fuera el objeto que calme el malestar que proviene de adentro.
Apoyándome en lo expresado por Zaratustra: ”Uno solo se experimenta a sí mismo”, sabemos que el precio de la experiencia deja cicatrices poco hermosas. La droga es una opción rápida, artificial, a veces para evitar el encuentro con la frustración. Responden al más allá del principio del placer, al malestar en la cultura. Entre otras cosas, el adicto busca ese aislamiento autístico. La ciencia aporta fármacos: el viagra nos promete la potencia infinita, el Prozac superar la angustia. El fracaso en estos intentos, el fallo en la gratificación, nos hace aumentar las dosis, nos desubjetivizan, nos distancian de nosotros mismos.
Tratamiento
Ayudar al adicto es tarea ardua. Requiere que surja en él la pregunta. A veces la droga ha taponado la misma y en ese estado especial las preguntas se cierran. ¡Ya tengo silenciado el cuerpo, no necesito nada más! Si la droga llena nuestro vacío, para qué demandar algo más. Sólo en el momento en que el sujeto se cuestione más allá es que habrá posibilidad de intervenir y ello sucede cuando deja de creer que puede entrar y salir de la droga a su antojo: A veces tarde. En esta espera del cuestionamiento siempre debe de existir una compañía que confíe en la posibilidad. Nadie mejor que el familiar.
Otra mirada
Hay otras voces que quieren dar
la vuelta a esta novela negra de la droga y ofrecen la posibilidad de su
legalización para evitar el mundo del negocio que se esconde tras su consumo.
El binomio drogas poder es evidente. Intereses económicos paralizan la
intervención social.
Reciente, sabemos de la anoréxica
que ha evitado su internamiento vía judicial en un plante contra todos, afirmando que es libre respecto
a su deseo, respecto a decidir sobre su vida. Se nos plantea la pregunta sobre
el goce del sujeto. Aunque la muerte sea la amenaza ¿Tenemos éticamente derecho
a privar del tabaco, del alcohol, de la droga?.
Desde el psicoanálisis proponemos
la ética de no-intervención, aun sabiendo que el sujeto no es libre, ni dueño
de su casa. Siempre necesitamos que exista una demanda y esta surge al ofrecer
a los hijos la posibilidad de llenar sus vacíos con palabras.
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