Como del tiempo, pero más trascendental, la falta de valores es un tema muy recurrido, como lo es el poner en la picota a las generaciones que nos preceden. Si hablamos de pérdida de valores es porque consideramos que antes estaban consolidados. Pero a veces confundimos valores con control.
Individualmente sufríamos y disfrutábamos de mecanismos culturales que nos refrenaban: El respeto, sinónimo de autoridad parental, la religión paradigma del control pulsional, el estado aglutinante del control social. Estas barreras culturales (generadas por el ser humano sapiens-sapiens), y su sinergía, producían un movimiento reactivo para superarlas, pues eran restricciones a la libertad, el sexo, la ideología, la lengua, la política, la educación... Reacción que se constituía en ideal y nos movilizaba, nos animaba a desear: teníamos valores.
Pero hay un
cierto malestar, una insatisfacción permanente que nos lleva a destruir lo
establecido para volver a levantar el mismo edificio de valores: Se trata de un
reciclaje continuo, dar nueva forma, re-formar.
La religión
cada vez más distante e inadaptada a lo que la existencia reclama, lejana del sujeto deseante. Del Estado demócrata,
las referencias, pocas pero sonoras a la ética del bienestar de unos e
detrimento del resto.
En la
enseñanza, hemos pasado de un extremo al otro. De la autoridad (no
autoritarismo) sólo resta la permisividad, la falta absoluta de referencias. El
hecho de que en el aula la diversidad es la norma se puede confundir con el
culto al si! (el no!, estructura). Se
quiera o no, tanto enseñar como instruir son procesos forzados, son imperativos
culturales. El estudiante, más tarde o
más temprano a lo largo de su vida se ha de enfrentar a ciertas exigencias de
la realidad y ello comporta el esfuerzo. Pero ahora vivimos la cultura de
satisfacer la necesidad antes de la demanda, el proteccionismo a los hijos en
burbujas asépticas. Imágenes elocuentes vemos en la escuela, donde los "deberes" (sin eufemismos), la
invitación al esfuerzo, contrasta con una imagen degradada de los docentes -a
veces ganada a pulso-, una Re-forma
paternalista, o maternalista (evitemos el sexismo), que de manera gratuita,
siguiendo las líneas de la psicopedagogía (refrito) asimila esfuerzo con
trauma. Que no evalúa sencillamente porque no queremos evaluarnos. Es decir, no
evaluar es ético, por tanto: Se in-forma. Re-forma que no sabemos a qué forma
previa quiere remitirnos.
¿ De qué es síntoma
todo esto?. Dejemos que la falta de valores hable, se manifieste como lo hace.
Cuando faltan orientaciones, valores
formales al sujeto, aparece la angustia como vacío existencial, falta
orientación y aparece una cierta pulsión de muerte: Si una de la primeras
manifestaciones de la angustia ha sido el grito, que la madre codifica como que
el niño tiene necesidad de "chupete", no nos hemos
de sorprender al ver calmar la angustia con tabaco, litronas, drogas,
anorexias... Sí, el ser humano tiene necesidad de
identificarse, aunque sea gregariamente;
si no disponemos de horizontes idealistas, nos aferramos a aquellos que en otra época unificaron a las masas: grupos marginales,
nazis, grupos violentos. Todo antes que la nada, la falta, el agujero estructural:
Soy guste o no, pero soy.
En la
escuela nos invitan a coger la patata caliente de encargada de transmitir la
ética (ahora igual que la filosofía desapareciendo), justamente aquellos que
desconocen que la escuela por sí sola es incapaz de enseñar a sumar, a leer...
no por falta de profesionalidad, sino porque considera que son tareas
solidarias con los padres. Cuestiono si puede la ética ser una asignatura, si
se puede enseñar a ser personas justas, equilibradas, desmaterializadas,
formales, comprensivas, solidarias ...
¿Qué puede
ofrecer la escuela como encargada de transmitir los valores éticos?. No se
puede enseñar, no se puede educar, se puede instruir, pero la instrucción es
artificial, podemos ser maestros de ética, pero no en ética. Tristemente, los
discursos moralistas no ha hecho a la
sociedad más justa.
Si se puede
actuar, reflejar nuestra particular forma de vivir: Cuando pasan los años, quien nos recuerda,
quien nos compensa por haber sido a veces intransigentes son aquellos sobre los
cuales hemos actuado en coherencia con
nuestros ideales, lejos de esnobismos, representándonos tal y como somos
con nuestras limitaciones e imperfecciones.
¿Cuál ha de
ser nuestra referencia?. Hay éticas objetivas, subjetivas, eudemonistas,
hedonistas, intervencionistas, utilitaristas, sadianas (no sádicas) ... Para la
ocasión es digno volver al imperativo categórico de Kant, a su ética formal y a él os invito: "Obra de una manera tal que la máxima que
rija tu acto pueda valer como un principio
de ley universal", es decir, para mí y para todos. Máxima que
va al fondo, no a la forma.
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